¡Qué vista panorámica más impresionante! Desde una altura de 65 metros, la mirada vaga por las calles de Ipanema hacia la playa mundialmente famosa y desde allí viaja por el mar hacia algunas islas pequeñas para luego girar hacia la derecha, donde al fondo se alzan al cielo sobre Río de Janeiro los Dois Irmão (los Dos Hermanos), la emblemática formación rocosa de la metrópoli brasileña.
Mirante da Paz (el mirador de la paz), se llama este ventoso puesto de observación. Es la estación final de un funicular que desde hace cuatro años comunica dos mundos de Río de Janeiro: abajo, a nivel del mar, está Ipanema, uno de los barrios más ricos de todo Brasil, y arriba, en el cerro de Cantagalo, una favela, un típico barrio marginal brasileño.
Las casas de ladrillos no enlucidos están pegadas una a otra en la pendiente. La palabra favela evoca cuevas de ladrones y guerras entre bandos de narcotraficantes. Las favelas son consideradas como lugares muy peligrosos, que los miembros de las clases medias y altas de la sociedad brasileña no pisarían jamás en su vida.
Sin embargo, con motivo del Mundial de fútbol, que comienza en junio, y de los Juegos Olímpicos de 2016, la política de seguridad del Gobierno brasileño ha cambiado. Gracias a una mayor presencia policial, las favelas, al menos las que se encuentran en el sur de Río, ya no son tan peligrosas como antes e incluso se están convirtiendo poco a poco en una atracción turística.
En varias de ellas ya se organizan visitas guiadas. En Cantagalo, Isabell Erdmann garantiza que el turista no se pierda. Esta mujer de origen alemán lleva muchos años viviendo en Río de Janeiro y trabaja como guía turística. Desde la salida del funicular, el camino por donde la alemana lleva a los turistas pasa por estrechos callejones y por multitud de escaleras hacia el mar, en las que hay casas amontonadas.
En una de las terrazas se ve a niños jugando al fútbol y hombres llevando cuesta arriba palés con cajas de cerveza. Entre las casas y los postes de luz discurre a una altura de unos cuantos metros una enredada maraña de cables.
La gran cantidad de antenas parabólicas indica que probablemente ya no haya ningún habitante de la favela que viva sin televisión. Isabel Erdmann conoce bien el lugar: ella misma vive en la favela. Todo el mundo la conoce y la saluda. "Vivir en la favela no es ningún lujo”, dice la alemana.
Los servicios
Es cierto que hay agua, electricidad, alcantarillas, transporte, una red de telefonía fija e internet, pero estos servicios no siempre funcionan.
Los habitantes se ven obligados a aprender a vivir a veces sin ellos. "Además, siempre hay que acostumbrarse a las muchas escaleras, por donde la gente sube y baja cualquier cosa”.
Al parecer, todo menos la basura, que afea los caminos y las pendientes. Para que los camiones pudieran recoger la basura, habría que arrastrarla hacia el otro lado del cerro, porque en Cantagalo no hay calles.
En Cantagalo y en las vecinas favelas Pavão y Pavãozinho viven unas 20.000 personas. Es gente de escasos recursos que trabaja abajo, en Ipanema y Copacabana, como empleadas domésticas, camareros, vendedoras ambulantes o vigilantes.
Erdmann, la guía turística, rechaza que se llame a las favelas de Río "villas miseria”. "Son barrios obreros, donde nadie padece hambre”, asegura la alemana. "Para ver auténtica pobreza, hay que ir al noreste de Brasil”.
Garota de Ipanema
Cantagalo significa canto del gallo. El nombre surgió a raíz de que al amanecer los habitantes siempre bajaban por el cerro a trabajar. Hay un museo de la favela con un edificio propio. Sin embargo, toda la favela se puede ver como un museo, ya que su historia está escrita en las paredes.
Museo da favela: estas palabras también están pintadas en un arco muy colorido por donde se entra al barrio. Junto al arco hay un mural que cuenta la historia de un legendario pavo que dio el nombre de Pavão al barrio. Al parecer, en la favela también viven muchos artistas y poetas.
Ipanema es la cuna del bossa nova. "El espíritu que hizo de Ipanema la cuna del bossa nova sigue vivo”, escribió Ruy Castro.
En una pared de la estación del funicular al pie del cerro hay un texto del escritor Ruy Castro que recuerda la época en que esta corriente musical inició su marcha triunfal por el mundo. Eran los primeros años de la década de los años 60, cuando António Carlos Jobim y Vinícius de Moraes escribieron la canción Garota de Ipanema.
Lo hicieron abajo, en la parte elegante de la ciudad, tan cerca y al mismo tiempo tan lejos de Cantagalo.
Complexo do Alemão
Un aspecto menos lo poético tiene otra favela, situada tierra adentro, a varios kilómetros de Ipanema. Se llama Complexo do Alemão, un conjunto de barrios pobres en el norte de Río. Dicen que el nombre Alemão (alemán) nació porque el terreno pertenecía en un pasado remoto a un polaco a quien la escasa precisión geográfica latinoamericana convirtió en alemán.
A finales de noviembre de 2010, Alemão llegó a ser noticia internacional cuando la Policía y el Ejército irrumpieron en la favela y expulsaron a los poderosos barones de la droga. Hoy, un funicular cruza toda el área y comunica entre sí los cerros.
Si uno se monta a una de las cabinas de color rojo vivo, puede contemplar las favelas a vista de pájaro. Desde Bonsucesso, una estación de los trenes de cercanías, el convoy pasa por cinco tramos hasta llegar a la terminal de Palmeiras. En cada cerro se alza, junto a la estación del funicular, un cuartel de las UPP (Unidades Policiales Pacificadoras), que fueron creadas para demostrar que en las favelas el Estado manda nuevamente.
Casi enfrente de la estación Alemão, António y Alexandre están sentados delante de su tienda de bebidas esperando la llegada de clientes.
Los dos dudan de que la zona sea ahora más segura. "Después de las 10 de la noche, aquí nadie sale a la calle”, dice António. Asimismo, se quejan de que hayan aumentado el precio de los billetes para el funicular a una cantidad equivalente a 2,1 dólares.
El turismo de las favelas es un tema controvertido en Brasil.
El escritor Paulo Lins, autor de la novela Cidade de Deus, que también fue llevada a la pantalla, se opone vehementemente, al considerar que ese tipo de turismo exhibe a los habitantes como animales.
Un juicio menos severo expresa el director de la Fundación Heinrich Böll en Río, Dawid Bartelt: en su opinión, es cierto que el turismo ayuda poco a resolver los problemas de las favelas, pero aun así puede contribuir a corregir la imagen que se tiene de las favelas como lugares del crimen. "El turismo puede demostrar que allí la vida es absolutamente normal”, dice Bartelt. (DPA)
Si uno se monta a una de las cabinas de color rojo vivo, puede contemplar las favelas a vista de pájaro. Desde Bonsucesso, una estación de los trenes de cercanías, el convoy pasa por cinco tramos hasta llegar a la terminal de Palmeiras.
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